¿Cuál ha sido el día más doloroso de mi vida? De entre los candidatos, me siento incapaz de cuantificarlos y aún menos plantear una comparativa. Alguien diría que aplique una de mis máximas: lo que no se puede medir, no existe. En esta ocasión, no puedo estar más en desacuerdo. Importante contextualizar. Me es imposible hacer un ranking de una emoción como el dolor, pero sí puedo clasificar a los aspirantes en categorías. Son las siguientes:
Y, de entre este selecto elenco de pretendientes, el ganador pertenece a la primera de las categorías, pudiendo apropiarse de un título que podría ser "Encuentro con la mirada de la muerte".
Doce de mayo de 2005. He perdido al pilar de mi vida. Día del entierro. Allí, en el mismo cementerio, junto al nicho aún vacío, unos ojos con un iris como el cielo en un día de tormenta miran fijamente el torso visible en el féretro y después se desplazan sobre mí. Siento cómo revienta mi corazón y mis piernas comienzan a temblar. No puedo soportar esa mirada tan desconcertante y me aparto con una rosa roja que aún conservo hoy en día. Esa rosa es uno de mis tesoros emocionales.
Esa mirada se convierte en mi mayor pesadilla. Aparece en cualquier momento. Interrumpe mis actividades. Se inmiscuye en mis reuniones de trabajo y pretende ser la protagonista en mis -escasos- encuentros sociales. En los momentos de intimidad con mi pareja se interpone entre ambos. La siento sentada junto a mí en el metro, en el coche, en mis clases, ... Y, aunque no lo recuerdo, no sería de extrañar que también protagonice mis terrores nocturnos. Parece ser que -aparentemente- me despierto gritando, con los ojos abiertos y en pleno ataque de ansiedad. Repito, no lo recuerdo.
Dicen que el tiempo lo cura todo. No es cierto. Si no hacemos nada por gestionar nuestro dolor, el tiempo simplemente pone capas que nos crean una falsa ilusión de superación. Un día cualquiera puede crearse la tormenta perfecta que provoque que esa herida brote de nuevo a la superficie de manera abrupta, desmedida y nos lleve al punto de inicio, ese que creíamos haber "superado". Hablo desde la experiencia.
Han pasado ya unos años. Llaman al timbre. Cuando abro el portón, frente a mi se encuentra esa mirada penetrante, sedienta de información golosa por todos sus poros. Mis escasos recuerdos del día en que nos conocimos sin hablarnos vienen a mi mente en cascada. Esa mirada me ha trasladado a ese cementerio, a esa caja, a esa rosa, ..., a esa pérdida. Todo el dolor se abre paso y me invade por completo. Es un dolor con patas que ha vuelto a mi como un boomerang. Aunque, debo reconocerlo ..., nunca me ha abandonado.
No comprendo por qué está en la entrada de mi casa junto a otra persona que parece ser comenta más tarde que es pariente lejano mío. Ahora somos vecinos, viven en la misma calle. No lo recuerdo. Sin embargo, a quien no olvido es a ansiedad, que viene a mi encuentro más fuerte que nunca, nutrida por la nueva presencia y por el impacto que causa en mí. El corazón no para de golpearme, las piernas no me sostienen y el sudor frío, ese que aparece momentos antes de que sientas que vas a perder la conciencia, se adueña de mí.
Siempre tendré grabado en mi mente el mensaje de esa siniestra mirada: muerte.
Muerte, eres codiciosa. Estás ávida de plañideras que te adoren, te agasajen y vivan postradas a tus pies. Durante años he huido de ti sin éxito... He vuelto a tenerte frente a mí recientemente, pero en esta ocasión te he aceptado y te he sostenido la mirada. No formo parte de tu cortejo, no necesito apoyarme en ti.
Te he vencido. Soy YO y únicamente YO quien recorre mi camino.
Uau Rosa... que potente, y que valiente. Ese ejército de fantasmas ·(que todas tenemos) creo que se debilita con textos como este, con la luz y el aire que les das.
ResponderEliminar