Querido Mochuelo, Daniel, amigo:
Muchos años han pasado desde que ambos supimos lo que es dejar la tierra que han pisado nuestros pies desde el día en que nacimos.
Contigo, compartí la sensación de no pertenecer a ningún lugar porque las raíces, una vez que salen de la tierra, ya no vuelven a arraigar igual.
Y está bien, puede que sea bueno no sentirse de ningún lugar para pertenecer a todos.
Gracias a ti supe que nuestra materia prima no la componen huesos, carne, piel y sangre, sino sonidos, aromas, recuerdos y el pequeño tesoro de la amistad; una amistad que pocos entienden, que te ata con cuerdas ásperas como el esparto, a veces inexplicables y siempre indestructibles.
Perdimos mucho tiempo buscando eso para lo que nos prepararon, dejamos que los sueños de otros anidaran en nosotros, como un cuco en nidos ajenos.
Pero al fin y al cabo, nuestro camino es el que recorremos, y en él aprendemos que recomponerte es parte de la vida y que la amistad puede brotar, flocerer incluso en terrenos áridos y abandonados.
Gracias por hacer que no me sintiera sola.
Daniel, amigo, espero que nuestros caminos vuelvan a entrelazarse, que nos sentemos en la vereda y nos contemos la vida, o simplemente permanezcamos en silencio tirando piedras al río y viendo cómo el atardecer envuelve la esencia de lo que somos, de lo que siempre fuimos.
Qué entrañable el personaje del Mochuelo, me encanta también! Y qué atemporal después de esta reflexión-experiencia tan detallada y acertada. Ya has hecho que para mi cobre más importancia uno de mis libros favoritos. Gracias!
ResponderEliminarUn texto muy íntimo y lleno de sensorialidad. Has conseguido que olamos y transitemos tus palabras. Además es una prosa poética llena de delicadeza y abordas un tema universal (las raíces y la pertenencia) en el que todos podemos sentirnos representados. ¡Felicidades porque es un texto hermosísimo!
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